La esencia del erotismo según Anais Nin comentada por Nery Santos Gómez

He sido galardonada con el premio Anais Nin otorgado por la prestigiosa editorial española Sial Pigmalion. Tengo por lo tanto un delicioso compromiso por leer a Anais y entender su visión sobre la esencia del erotismo. Me encontré pues con esta espectacular carta que viene a reafirmar lo que yo misma pienso sobre el erotismo. Eros es el Dios del amor según los griegos (los romanos tienen a Cupido) e Ismo significa movimiento. Moverse hacia el amor. Yo diría, moverse con energía, mover las caderas, los labios, la lengua, mover cada músculo. El amor es la fuerza que mueve al mundo y somos nosotros seres corpóreos, los encargados de que esta fuerza se mueva y que mejor que disfrutarlo mientras lo hacemos. Tengo el deber de compartir esta exquisita carta que Anais Nin le escribe al coleccionista. Resulta que Anais y Henry Miller en la década de los 40, escribían cuentos eróticos para un hombre que se hacia llamar «el coleccionista» (nunca reveló su nombre verdadero) y este les pagaba por página. Este cliente les exigía a menudo que se saltaran la poesía y se concentraran en el sexo pues solo esto le interesaba. Indignada, Anais le responde con esta carta con la que me identifico plenamente y a la que aplaudo. Aquí les va para su disfrute:

«Querido Coleccionista: Le odiamos. El sexo pierde todo su poder y su magia cuando es explícito, rutinario, exagerado, cuando es una obsesión mecánica. Se convierte en un fastidio. Usted nos ha enseñado más que nadie sobre el error de no mezclar el sexo con emociones, apetitos, deseos, lujuria, fantasias, caprichos, vínculos personales, relaciones profundas que cambian su color, sabor, ritmo , intensidad. 

No sabe lo que se pierde por su observación microscópica de la actividad sexual, excluyendo los aspectos que son el combustible que la enciende: intelectuales imaginativos, románticos, emocionales. Esto es lo que le da al sexo su sorprendente textura, sus transformaciones sutiles, sus elementos afrodisiacos. Usted reduce su mundo de sensaciones, lo marchita, lo mata de hambre, lo desangra. 

Si nutriera su vida sexual con toda la excitación y aventura que el amor inyecta a la sensualidad, seria el hombre más potente de este mundo. La fuente del poder sexual es la curiosidad, la pasión. Usted está viendo su llamita extinguirse asfixiada. La monotonía es fatal para el sexo. Sin sentimientos, inventiva, disposición, no hay sorpresas en la cama. El sexo debe mezclarse con lágrimas, risas, palabras, promesas, escenas, celosa envidias, todos los componentes del miedo, viajes al extranjero, nuevos rostros, novelas, historias, sueños, fantasias, música, danza, opio, vino. 

¿Sabe cuanto pierde por tener ese periscopio en la punta de su sexo, cuanto podría gozar un harén de maravillas distintas y novedosas? No hay dos cabellos iguales, pero usted no nos permite perder palabras en la descripción del cabello; tampoco dos olores, pero si nos expandimos en esto, usted chilla: ¡Saltense la poesía! No hay dos pieles con la misma textura y jamas la luz, temperatura o sombras serán las mismas, nunca los mismos gestos, pues un amante, cuando esta exitado por el amor verdadero, puede recorrer la fama de siglos de ciencia amorosa. ¡Qué variedad, qué cambios de edad, qué variaciones en la madurez y la inocencia, perversión y arte…!

Nos hemos sentado durante horas preguntándonos cómo es usted. Si ha negado a sus sentidos seda, luz, color, olor, carácter, temperamento, debe estar ahora completamente marchito. Hay tantos sentidos menores fluyendo como afluentes al rio del sexo, nutriéndolo. Sólo la pulsación unánime del sexo y el corazón juntos puede crear éxtasis.» 

Después de esta carta de Anais lo que provoca es comerse un afrodisiaco y beberse un buen vino con el objeto de nuestros desvelos, con ese otro que esta afuera de nuestra piel pero que deseamos dentro. Sin apresurarse, disfrutando cada segundo, en huelga contra el tiempo. Vestirse con un buen conjunto de seda para acariciar la piel a través de la textura antes de desnudarse. Contarse una anécdota aunque sea inventada muy cerca del oído de esa persona amada. Llamarse por sobrenombres, bailar un poco, reír y llorar. Besarse lento y largo haciendo con la lengua lo que se pretenderá más tarde hacer varias cuartillas más abajo. Llegar a ese momento donde entonces si sobren las palabras y solo lo que se deseé sea aquello que mueve al mundo, que lo reproduce, que lo mantiene vivo y lleno de pasión… Hacer el amor.

 

 

 

 

 

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